A lo largo de la historia de Roma, y sin considerar las
deidades, los peinados femeninos de las monedas pasaron por una
serie de etapas en las que podemos apreciar una gran diversidad
de estilos. El grado de refinamiento de casi todos ellos es
exquisito, e independientemente de que correspondieran o no a una
imagen real, cabría plantearnos si las damas romanas lucieron de
verdad estos peinados.
La respuesta es
sí. Había profesionales del corte y peinado (ornator /
pectinator u ornatrix / pectinatrix en el caso
de ser mujeres) encargados de elaborar estos trenzados y
recogidos. Para sujetar el cabello las ornatrices se
ayudaban de horquillas, alfileres, peinetas, redes, cintas y
lujosas diademas y broches. El grado de sofisticación era tal
que en algunos peinados añadían postizos e incluso conseguían
rizados artificiales empleando un utensilio llamado calmistrum,
un tubo de metal que calentaban previamente. Después fijaban el
pelo mediante la aplicación de diversos ungüentos.
En el tocador de una domina tampoco faltaban los
cosméticos, cremas, aceites y perfumes, guardados en delicados
recipientes de cerámica, alabastro o cristal, así como los
utensilios necesarios para aplicarlos, sin olvidarnos de lo más
indispensable, el peine, y cómo no, el espejo, a menudo decorado
con refinados motivos, y todo ello fabricado con diversos
materiales que variaban según la clase social.
El maquillaje se
vendía en forma de polvo y antes de usarse debía diluirse con
lanolina (aceite) en pequeños platos. Los labios y las mejillas
se pintaban de rojo, con pigmentos que se obtenía de plantas,
minerales y moluscos. Los ojos se delineaban de negro y las cejas
las usaban muy marcadas. Los párpados los sombreaban de color
azul.
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Como notas curiosas, destacar que la imagen personal tenía
tanta importancia en Roma, que era objeto de críticas y
comentarios entre los ilustrados. Tal es el caso del comediógrafo
romano Plauto (254-184 a.C.), quien escribió: "una mujer
sin pintura, es como una comida sin sal".
Y resaltar
también que fue el poeta romano Ovidio (43 a.C. - 17 d.C.) el
autor del primer libro sobre cosmética, un tratado de belleza
titulado "Medicamina faciei feminae" (Cosméticos
para el rostro femenino), en el que incluye consejos y recetas
varias.
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