Siglo XVI: realeza y Estado
Nace en este siglo un “movimiento monárquico”
llamado Estado Moderno, consistente en aumentar el poder real,
fortalecer al Estado poniéndolo bajo la influencia de la nobleza y
la Iglesia. Así cada país fue evolucionando de forma distinta.
Este sistema se aplicó, fundamental y descaradamente, a las
monarquías de Castilla, Inglaterra y Francia. Este fortalecimiento
dio lugar al triunfo militar y las alianzas matrimoniales.
En Castilla estalló una guerra civil
con la muerte de Enrique IV de Trastámara entre los partidarios de
su hija Juana, apodada la Beltraneja, y su hermana Isabel. Juana
tenía el apoyo del rey de Portugal, que se casó con ella para
favorecer la unión de ambos reinos. Isabel contaba con el rey de
Aragón, el que fue su suegro a partir de 1469, al casarse con su
hijo y heredero Fernando. Con el triunfo de los isabelinos, el
reino castellano y el aragonés se vieron unidos bajo una misma
corona. Esta unión facilitó la conquista del reino de Granada
(1492) y del de Navarra (1512). La expansión atlántica y los
triunfos militares de Fernando el Católico en Italia dieron lugar
al prestigio y el fortalecimiento de su corona y reino. Juana, que
más tarde sería apodada la Loca, hija de Isabel y Fernando, acabó
reinando Castilla y Aragón, que, aunque gobernados por la misma
persona, seguían manteniendo leyes e instituciones propias. Se
sentaban las bases de la unidad territorial nacional.
La Guerra de los Cien Años (1339-1453) contra
Inglaterra fortaleció la dinastía de los Valois, en Francia,
que también sufrió una unificación territorial. Esta monarquía
tenía un ejército a su servicio y prohibieron la creación de
nuevos ejércitos nobiliarios. Además, ya fuera por conquista o
por matrimonios, consiguió incorporar a su patrimonio los
territorios de las principales casas nobiliarias. Aunque hubo algún
que otro conflicto con España al querer apropiarse de las tierras
del ducado de Borgoña, y de los territorios italianos, a los que
se impusieron los españoles a lo largo de este siglo.
Mientras, Inglaterra se recuperaba de la
derrota ante Francia y la lucha entre los principales linajes por
el poder se resolvió en una nueva guerra, llamada de las Dos Rosas
(1455-1485), a favor de Enrique VII (cuyo hijo se convertiría en
el monarca más controvertido y sanguinario de todos los tiempos),
fundador de la dinastía Tudor. En 1495 hizo que Irlanda aceptara
la autoridad del parlamento inglés, y además reformó la
administración de justicia. Para abrir caminos y extender poco a
poco el dominio de su dinastía, casó a una de sus hijas con el
rey escocés.
En el plano internacional, la superioridad de la monarquía española en el siglo XVI se pondría en duda y se debilitaría en el siglo XVII. Francia comenzó a dominar el territorio continental e Inglaterra se hizo cargo de los mares.
Pero gran parte de las reformas concernían a
la Iglesia, en especial a su división. La figura del Papa tenía
cada vez menos importancia. Esta división comenzó a raíz de las
protestas de Martín Lutero (ver imagen a la derecha). Lutero
insistió en que Dios es el único que puede perdonar realmente, y
el 31 de octubre de 1517 se convirtió en una figura pública y
controvertida al exponer en la puerta de la iglesia de Todos los
Santos de Wittenberg sus 95 tesis o proposiciones escritas en latín
contra la venta de indulgencias (remisión de los castigos
temporales de los pecados mediante un pago de dinero) para la gran
obra de los papas Julio II y León X: la construcción de la
basílica de San Pedro en Roma. Se cree que Lutero clavó estas
tesis en el pórtico de la Iglesia de Todos los Santos de
Wittenberg, pero algunos eruditos han cuestionado la historia. Al
margen de cómo se hicieron públicas sus proposiciones, causaron
un gran revuelo y fueron traducidas de inmediato al alemán,
logrando una amplísima difusión. Incluso los príncipes de
Alemania se pusieron de su parte. La reforma luterana provocó
conflictos bélicos durante dos siglos en Europa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario